miércoles, 8 de abril de 2009

EL DÍA MÁS GRANDE


Desde lejos, reconozco la curva que dibuja tu cuerpo vencido entre nubes de incienso. Desde lejos veo como aletean tus manos, blancas palomas cautivas para el sacrificio del Templo: su magistral dibujo roza apenas el patíbulo cruento del martirio.
Tu paso leve retumba en mi corazón cada Jueves Santo, el pie derecho levemente, delicadamente, levantado: apenas roza el suelo ese pie perfecto. Tu mirada abstraída, perdida, ensimismada, deja una huella indeleble en aquel que te mira y queda -para siempre, Señor- cautivo de Ti; cautivo sin remedio. El paso que Antonio -aquél que es tu capataz y también tu cirineo- imprime a tu camino me llega al alma, y la desgarra entera: ¿Cómo puedo, Señor, mi Dios, mi Padre, mi Hermano, Cristo mío, aliviar tu agotado caminar?
Paso a paso, Jesús de la Pasión, el Señor, Dios de Dios, Luz de Luz, recorre las calles de la que hoy es, no lo dudéis, la Nueva Jerusalén de los profetas: que suene el shofar y que proclame, con las trompas del Santuario de Elohim que nuestro Mesías, el Señor, Jesús de la Pasión, marcha a la muerte con una firmeza que no desdice su caminar lento y cadencioso.
Oh, Dios nuestro, fuerte de Yavé que cargas tu cruz a nuestro lado, nunca nos abandones ni nos dejes de tu mano: tantos años como llevas con nosotros, oh Señor, vuelto a la vida por la gubia de aquel hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan (Juan, 1:6), que con el trabajo de su mano en la madera consiguió traerte a nuestro corazón en sagrada Epifanía.
Y cuando el jueves resuene, bajo las bóvedas de la vieja aunque hoy nueva Colegial, el antiguo canto del Perdón, oh Dios mío, se habrán cumplido al fin todas las profecías: lo que dijeron de Ti, Cordero de Israel, se habrá consumado; mi Señor, mi Dios, Único de Adonai, Hijo Unigénito (porque no hay otro como Tú), del Padre. Y una anónima masa de tus seguidores -con ellos marcho yo y van también mis hijos-, que quieren ser hoy a tu lado discípulos amados y mujeres de la sagrada Jerusalén, aquellos que estuvieron contigo y no te abandonaron en tu último trance, te acompañaremos –negro ruán teñido de lágrimas de cera, todo nuestro amor a Ti en nuestros corazones mercedarios- por las calles que serán Vías Dolorosas de tu eterno dolor.
Mil veces me pesan, Señor y Dios mío, todos mis pecados. Yo soy como soy, imperfecto y falible, Tú me conoces y aún así me amas. Caigo, Señor, como Tú; y con esfuerzo, con dolor vuelvo –como Tú también- a levantarme. Mi corazón, valga lo poco que este valga, es todo tuyo: dame hoy tu gracia, Jesús de la Pasión; permíteme acompañarte siempre en tu camino, en este día que reluce más que el sol, en este día de Jueves Santo tan grande y tan hermoso. ¿Cómo puede ser –qué singular antítesis- que el día más doloroso, aquél en que nos muestras doliente tu terrible Pasión, sea también y a la vez el día más grande?

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